¿Qué es el espiritu del vino?

El espiritu del vino existe en todas y en cada una de las palabras que callamos cuando estamos sobrios.

El espiritu del vino


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lunes, 21 de junio de 2010

Los espejos del tiempo


Los espejos del tiempo

El espejo me permitió detener mi atención en detalles en los que no suelo fijarme normalmente. Diariamente me veo en el espejo, por lo menos tres veces: a la mañana, cuando me levanto y voy al baño; a la tarde, antes de salir de casa; y a la noche, cuando me lavo los dientes y vuelvo a reencontrarme nuevamente con mi reflejo. Pero eso detenerme a mirar, observar, y encima tener unos minutos para reflexionar no creo haberlo hecho. Es fantástico lo que me pasó cuando me miré y, asimismo reflexioné a partir de mi rostro.
Mi rostro tiene algunos surcos marcados por el paso del tiempo, eso lo sé, pero delante del espejo redondo de bolsillo mi piel no se veía tersa, como imaginaba que debería ser a mi edad. A los laterales de las comisuras de mis labios, cuando sonrío, se dibujan dos canales curvos que recorren mis mejillas. “Una sonrisa entre paréntesis”, pensé cuando ví el reflejo. Una paradoja precisa, porque mi vida sería absurda sin mi sonrisa. Me gusta reír. Siempre tomé al humor como una herramienta. Muchas veces fue la solución para salir de alguna situación incomoda o difícil de resolver.
Escuche a un humorista una vez, que decía que con el humor se pueden naturalizar las situaciones más trágicas; al caricaturizarlas se hace más sencillo sobrepasarlas. Creo que me pasa un poco eso. Me río mucho del ridículo, eso me da mucha gracia: mí ridículo. Por ejemplo: clavar la mirada en el reflejo de mis ojos, perderme en la inmensidad de mi propia pupila y distraerme con los pequeños pliegos de piel que se encuentran por debajo de mis ojos me divierte. Y fue entonces que sucedió, me dio risa pensar en la idea de tener los ojos subrayados por alguna arruga como si fuese un título. Me dio risa porque es ridículo y precipitado pensar en las arrugas. Pero por algo me había fijado.
Esa risa fue sólo un disparador, porque cuando reí se posaron, paralelas a mis cejas, cuatro líneas. Dos de cada lado, a la altura de los ojos. Las denominadas vulgarmente patas de gallo estaban sugiriendo unos ojos entre comillas. Frunciendo aun más el rostro ví que sobre mi frente quedaban renglones sin escribir. Me reí y esa risa actuó como un interruptor que encendió una especie de proyector cinematográfico en mi cabeza. Entonces comencé a imaginar como sería, o como será mi vejez, el rostro de mi vejez.
Todo lo contado transcurrió en un lapso de dos segundos. A veces creo que al tiempo habría que buscarle otra unidad de medida, se debería medir por “vivencias sentidas” por ejemplo. Hay momentos en los que hasta los instantes son eternos, por ejemplo en esos dos segundos en los que mi reflejo se perdió unos 60 años. Entonces, ya con 85 años sobre el espejo me noté un rostro muy literario: los renglones que sujetaba mi frente estaban escritos, no llegue a leer pero eran muchas frases; en el medio del rostro un titulo subrayado, “los ojos”; y debajo, la sonrisa. Mi eterna compañera ya no se encontraba entre paréntesis, el tiempo los había tachado con un lápiz aun más fuerte tiempo atrás dejando tachones en toda la cara.
Así fue la postal que me dejo el espejo, un viejo divertido, alegre, feliz y comprometido con sus recuerdos; Con cada uno de ellos.

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