
Solo escuchaba voces mudas, voces mudas de gente carente de alma y extrañamente fría. Esas son las voces que me llevaron hacia la profundidad de aquel túnel oscuro y sin salida, una cueva; aún recuerdo su nombre: “Bar el arriero”
Tomé unas cuantas copas de vino…
…y entonces las voces mudas se transformaron en sabias palabras y en valiosos consejos; las personas frías, en gente mundana, calida y con experiencias asombrosas; la cueva o el bar, en una especie de biblioteca, un lugar de eterno aprendizaje.